Retiras con cuidado las legañas – no vayan a caer dentro del ojo -. Un respiro largo. Preguntas la hora. Te quedas mirando el cielo blanco. Dejas pasar un rato. Te sientas. Recoges las pantuflas bajo la cama. Secas los rastros de saliva nocturna de las comisuras. Quitas el cosquilleo de las piernas – a punto de adormilarse – mientras evitas que tú lectura matutina, sostenida por tu codo y tu torso, caiga. Miras al espejo, deteniendo tus observación en las sinuosas ojeras.
Apretas la bolsita de té. Mientras, la mantequilla se derrite en el pan marraqueta. Cuentas las gotas de endulzante y mascas un dulce, antes de servir. Un gran domingo para la casa, el cuerpo y el futuro. Sacas a pasear el libro de turno, imaginando que en algún momento entre la caminata a la feria, revisar el listado y comprar rábanos, bruselas o apio, puedes detener tu marcha para leer. Naturaleza invernal. Por la calle, te da por pensar una serie, los posibles ingredientes de la ensalada que acompañaran el pescado, o el recorrido del paseante de atardecer. Cuidas el silencio de la calle, aunque el carro mantiene su arañazo al asfalto. Recuerdas en la lejanía un organillero.
Levantas la loza, canturreas, las manos se tensas y duras por el frío de la espuma olor limón. Abres el libro, un par de párrafos, antes que hierba el agua para el café.
Subes tus pantalones taquilla, acomodas el cinturon, que en principio dudaste comprar, pero ahora parece una manda. Terminas de abotonar la camisa, afeitas algún detalle y perfumas tu barba naciente. Sonríes par ti mismo, aprovechando de analizar, casi profesionalmente, la dentadura que la mayoría de las veces cuidas – excepto en esos trasnoches que no te dejan ni ganas para cepillar tus dientes, o, luego de esos almuerzos atorados entre miles de actividades que cuelgan de tu agenda -.
Te distraes mirando tus cómics o las novelas que acumulas, probablemente ordenadas por color o sello editorial. Ese estante de ‘por leer’ que culposamente ocupa más espacio que los ‘ya leídos’. Te comprometes a cambiar esa estadística personal. Tomas uno, que combine con tu estado de ánimo, con los botones de tu abrigo o tus zapatillas. Tal vez, cumple ambos requisitos.
Es domingo, tu mente lo sabe, reconoce el descanso y los silencios que acarician estrés, la calma antes de la tormentosa semana que se avecina, para absorber lo poco de vida. ¿Y te has dado cuenta ya, de que los días se agotan velozmente y tu año se reduce a un par de hitos memorables? Se asoma septiembre, y deberías empezar a pensar en los ‘regalitos’ navideños – te aparece la imagen de los 3 o 4 que aún guardas sin entregar -.
Hay que endomingarse, entrar en ese estado de ánimo que solo permite el ocio reglamentario, que el tiempo se desparrame, que hoy no importe. Total, el domingo es tuyo y no de esa jefatura insoportable, ni de los empujones en el metro, menos aún de los cientos de correo por responder.
Yo lo aprovecharé para Liar para Leer, soltar la mano y la pluma para compartir la literatura, quedan invitados a sugerir entrevistas a escritores/as nacionales, reseñas de libros, desvaríos varios, temáticas, experiencias de lectura y nuevas apariciones literarias, esperamos tus palabras vía [email protected]
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